Lección final
Progreso y humanidad
Este curso he tenido la suerte de ser escogido nuevamente como «padrino» por los alumnos que finalizan sus estudios en la facultad, toda una muestra de consideración, respeto y agradecimiento que reafirma mi vocación docente.
A continuación el texto que tuve ocasión de escribir y pronunciar, dirigido a todos ellos, en la ceremonia de fin de grado celebrada en de mayo de 2019.
Estimado decano, vicedecano, profesores, alumnos, familiares, amigos; compañeros. Es un verdadero placer compartir con vosotros este día y un honor asumir el papel que con tanto cariño me habéis asignado. Gracias por permitirme, poder compartir con vosotros palabras como éstas.
«La juventud de hoy ama el lujo. Es mal educada, desprecia la autoridad, no respeta a sus mayores, y chismea mientras debería trabajar. Los jóvenes ya no se ponen de pie cuando los mayores entran al cuarto. Contradicen a sus padres, fanfarronean en la sociedad, devoran en la mesa los postres, cruzan las piernas y tiranizan a sus maestros». Sócrates (470-399 A.C.).
Os resultará curioso que abra con palabras así, pero tranquilos: es para contradecirlas. El caso es que afirmaciones como ésta, las escuchamos nosotros, las escuchan ellos, las escuchaban nuestros padres y también nuestros abuelos… y así hasta hace 25 siglos. Cien generaciones, recitando este poema. Este injusto y pesimista poema. Está claro que la premisa no es válida, y buen ejemplo son todos y cada uno de los que que hoy culminan una etapa y de los que podemos sentirnos verdaderamente orgullosos. Esto al fin y al cabo tiene que ver con aquello de que “una mentira, por más que se repita, no se convierte en verdad”.
He disfrutado aprendiendo de ellos. Me complace que en su forma de ser contradigan esa versión apocalíptica de la juventud que tanto suena y tan poco de cierto tiene. Es sin duda injusta, y lo es por parcial y generalizada. Rara vez tomar la parte por el todo hace justa cualquier interpretación.
Y es que acompañando cada defecto, hay siempre unas cuantas virtudes. Una buena idea sería que en nuestro día a día fuéramos un poco instagrammers y aprendiésemos a poner en nuestra mirada los filtros que resaltan de los demás lo verdaderamente importante, lo más humano, pues sólo así seremos justos con ellos. Así aprenderemos mirar donde antes sólo veíamos.
Cuando miramos a alguien, en definitiva todos sabemos ver la persona que hay detrás del compañero, del alumno, del jefe o del vecino. Pocos aprenden a ver en las primeras miradas que la persona está realmente por delante, y no detrás. Una de mis premisas ha sido siempre y es, aprender a mirar y ver de esta manera. Buscar lo esencial primero, aunque a veces resulte lo más complicado. Al igual que el aire, y como reza el principito, “lo esencial es invisible a los ojos”. Os invito a que no dejéis de hacerlo.
Progreso
Está claro que muchas cosas están cambiando. Estamos ante un nuevo paradigma, donde lo que era, casi por definición, estático, se pone en movimiento. Estamos viendo cambiar en poco tiempo cosas que en cientos de años apenas habían variado. Porque hoy se alimenta más la curiosidad. Porque se investiga más. Se descubre más. Se cuestiona más. Se conoce más. Todos sabemos bien que cuanto más profundizamos en algo, más ignorantes nos sentimos. La humanidad en su conjunto, también experimenta esta sensación. Por primera vez avanzamos con aceleración impredecible, y no; no parecemos estar diseñados para asumir el cambio constante, el ritmo vertiginoso impuesto por la ciencia, la tecnología y en definitiva, el conocimiento. Vivimos instalados la versión 2.0 del “lo quiero para ayer”.
Dicen que el cerebro no tiene plasticidad suficiente para absorber tan rápido tantos datos, tanta información y el número de cambios que estamos experimentando. Que vivimos sometidos a la sobre-exigencia del “estar al día” y a la tiranía del “estar online”. Que antes no existía el estrés, por más que se trabajase. Parece hoy que la tecnología impone un ritmo difícil de mantener sin llegar padecer el síndrome de “frustración por desactualización”.
¡Cómo es el progreso! Fijaos. Si pudiésemos tomar la máquina del tiempo (H. G. Wells), nadie del siglo pasado nos creería si le dijésemos cosas como que en 2019, y por duro que suene, es más probable quitarse la vida que morir en un conflicto bélico. Que la guerra como tal es algo obsoleto y que la paz no es sólo un periodo entre guerras. Como es lógico, menos aún nos entendería si le contásemos que ahora son los mercados y el ciberespacio donde tienen lugar las grandes contiendas entre potencias mundiales.
Podríamos contarle también, por qué no, que el hambre está desapareciendo, y que a pesar de puntuales cambios de tendencia observados, se estima que en menos de veinticinco años se habrá erradicado el hambre en el mundo tal como la conocemos. De hecho hoy día es más habitual sufrir obesidad que pasar hambre. Muere más gente por infartos y causas derivadas de los excesos, que por falta de alimento. ¡Qué ilógico!, ¿verdad? Un logro global superado por miles de incoherencias individuales. Caemos en absurdos como éste, donde la visión del individuo se antepone a la visión de conjunto. Otro problema de filtros.
¿Qué pensaría nuestro interlocutor del pasado si le dijésemos que incluso la muerte es ahora planteada por algunos como un mero un problema técnico? Que muchos viven presos del deseo de una eterna juventud, de una apariencia que no sólo es lo primero que se ve si no lo único que importa; como formando parte de un pacto al estilo de “El Retrato de Dorian Gray”.
Nuestro interlocutor sin duda pensaría que el progreso, mal gestionado, nos está haciendo olvidarnos de lo esencial. Que como decía el anuncio, “la potencia sin control, no sirve de nada”
Presente
Pero volvamos al presente y tomemos una visión general del avance de la humanidad en los últimos años. Estamos ya inmersos en la que se denomina cuarta revolución industrial, que parte de denominada “revolución digital”. Ha venido para quedarse, al menos un buen tiempo. Y está gobernada por áreas como la inteligencia artificial, la robótica, la nanotecnología, la computación cuántica, la biotecnología, o el internet de las cosas. Áreas muchas de ellas en las que nuestros alumnos tienen bastante que decir. Son ellos, sin duda alguna, parte del motor de esta nueva revolución.
Es por todo esto que hemos de replantear el papel que la ciencia y la tecnología juegan en nosotros. En el mundo tecnológico, aparecen nuevos perfiles día tras día. Desde la Universidad, cuna del conocimiento, cada vez estamos más seguros de necesitar tecnólogos; sí, pero a su vez embajadores de la ética. Que busquen en todo la visión humana, el progreso sostenible y el beneficio con visión de conjunto. Profesionales humanos que destierren el individualismo dominante, estas gafas de moda de “ver de cerca” donde el resto en ocasiones acaban siendo un número de likes, o un puñado de seguidores. Donde los demás, se convierten una cifra que alimenta la mal entendida autoestima y donde son sólo espectadores de nuestra realidad y no participantes. Profesionales que pongan la tecnología al servicio de un ser humano justo, generoso y solidario. Jóvenes que contradigan a Sócrates y demuestran ser embajadores de una tecnología igualitaria y en busca del bien común.
Para colmo, y en medio de esta vorágine, imperan nuevas corrientes. Como la de la necesidad de “ser felices” contantemente, donde terminamos por sentirnos culpables si es que no logramos serlo a tiempo completo. Y no es así. La felicidad es un derecho y no una obligación. Debe ser el resultado de nuestros actos, y de nuestros logros. No un fin, si no una compañera de camino. Y mucho tiene que ver en ella la forma en que aprendemos a mirar y ver más allá de lo primero que aparece. Además, esta idea de la felicidad constante parece contraria a una realidad que nos enseña que las grandes historias que conducen al éxito se articulan, muchas veces, de fracaso en fracaso.
Aprended que el verdadero motor es el esfuerzo, el trabajo, y sobre todo la pasión que pongáis en todas y cada una de las cosas que hagáis. Y no os vengáis abajo con los fallos, pues equivocarse es tanto o más necesario que acertar. Quienes tenemos la suerte de desarrollar nuestra vocación en nuestros trabajos no cambiamos eso por nada. Pensadlo bien: sea cual sea el perfil. Todos. El docente, el investigador, el administrativo, el músico o el futbolista. Sin duda los mejores son movidos por una inquietud innata que los hace buscar la excelencia bien entendida: siempre como superación a uno mismo y no como competencia de su entorno. ¿Vuestra mejor comparación? vuestro yo de ayer. Cuando penséis que no sabréis, recordad que supisteis. Si habéis sobrevivido más de 20 años… tan mal no lo estaréis haciendo, ¿verdad?
Prestad atención y sed críticos, la historia que mejor os cuenten probablemente sea la menos cierta. Que vuestras relaciones con los demás sean para tender lazos. Que compartáis conocimiento y aprendáis del que no sabe. Seguiréis creciendo y conociendo gente. Nuevos caminos rodeados de nuevos retos, personales y profesionales.
Buscad vuestros mejores ejemplos. Los encontraréis, pero no perdáis de vista una cosa de en ellos: si son grandes trabajadores, competentes profesionales, eruditos, y referencia para muchos otros; sin duda son muy buenos. Si además de todo esto, lo hacen desde la humildad; entonces son los mejores. Tratad de imitar a éstos últimos manteniendo vuestra esencia y razón de ser.
Junto a mi deseo de que todo lo mejor os acompañe y llegue a vuestra vida para quedarse; quiero terminar mis palabras leyendo un texto que llegó a mis manos hace muchos años, que de alguna manera he integrado en mí y en parte me configura. Creo que de una manera quizá inconsciente, me ha hecho mucho bien. Se trata de un texto anónimo encontrado en una iglesia de Baltimore en 1692, y que un día un profesor, también docente de vocación, me hizo llegar con el título “Para el camino de la vida” (Desiderata).
Vivid tranquilos, en medio del alboroto y las prisas, y recordad la paz que se puede encontrar en el silencio. Sin caer en la alienación, vivid, en cuanto sea posible, en armonía con todo el mundo.
Decid suave y claramente vuestra verdad. Escuchad a los demás, incluso a los más sencillos. También ellos tienen sus experiencias.
No os comparéis con nadie: siempre hay alguien mayor y menor que uno mismo. Sed vosotros mismos.
Tomad con bondad el consejo de los años, renunciando con elegancia a vuestra juventud. Reforzad la fuerza de vuestro espíritu para protegeros y no os aflijáis por vuestras quimeras. Muchos miedos nacen de la fatiga y la soledad.
Aunque uséis de una severa disciplina, sed suaves con vosotros mismos. Sois hijos del Universo, no menos que las demás personas y las estrellas. Tenéis derecho a estar donde estáis. Lo veáis claro o no, sin duda el Universo discurre como debe.
Sean cuales fueren vuestros trabajos y vuestros sueños, conservad, en medio del ruidoso desasosiego de la vida, la paz de vuestro corazón…
Procurad ser felices. El mundo es bello.