Este curso he tenido la suerte de ser escogido como «padrino» por los alumnos que finalizan sus estudios en la facultad, toda una muestra de consideración, respeto y agradecimiento que reafirma mi vocación docente.
A continuación el texto que tuve ocasión de escirbir y pronunciar, dirigido a todos ellos, en la ceremonia de fin de grado.
Lección final
Ceremonia de fin de grado 2018
Estimado decano, vicedecano, profesores, alumnos, familiares, amigos; compañeros. Lo siguiente sé que es un inicio típico, pero no por ello es menos cierto. Supone una satisfacción enorme estar hoy aquí y más aún del modo en que me encuentro, como “padrino” de esta promoción. Responsabilidad y compromiso que con gran gusto acojo por voluntad de este grupo de alumnos con los que he tenido la suerte de compartir tiempo en nuestra facultad, y no sólo.
Y es que hace aproximadamente nueve años y de –salvando las distancias– una forma parecida, me encontraba pronunciando las últimas palabras el día de la ceremonia de graduación junto a mis compañeros de promoción de Ingeniería Informática, en el papel que entonces como alumno me correspondía.
Qué reconfortante resulta volver donde uno compartió parte de su vida formándose. Qué satisfacción poder hacerlo como miembro del equipo docente –vamos, como profesor–. No deja de ser una oportunidad para agradecer, devolviendo parte de lo aprendido, mi paso por aquí. Agradecer aportando lo que he logrado aprender y lo que la experiencia me ha dado, a quienes ahora se encuentran inmersos en pleno proceso de aprender. Perdón, de formarse. Continuar aprendiendo, continuamos todos los días de nuestra vida. Y es que la suerte es mayor aun, cuando la docencia es vocacional e impartir cada clase se convierte en lo que uno entiende como la oportunidad única de mejorar y ayudar a los demás a querer ser mejores.
Pero ¡qué ajetreo nos traemos! Entre tanta tarea, tanta práctica, tanto Moodle y evaluación, los profesores corremos el sutil riesgo de dejarnos llevar por una rutina que puede, por instantes, hacernos olvidar lo importante de nuestra tarea. Lo importante que es educar. Y digo educar, porque en nuestro escenario, “enseñar” se queda corto. Educar es, en palabras de San Juan Bosco, «cosa del corazón». Palabras que suscribo y a las que día tras día logro dar más sentido. La educación no es una tarea aislada. No es un hito o un evento diario, que termine cada vez que toque el timbre y otra vez vuelva a empezar. Es una constante, algo que forma parte de nuestro continuo espacio-tiempo. La educación requiere empatía, necesita de acompañar, conectar, e incluso supone en ocasiones transmitir lo más importante sin pronunciar palabra alguna: con nuestra forma de ser, de ver el mundo y de comportarnos. Al fin y al cabo, con nuestro ejemplo; la más natural forma de educación. Se da también entre las aulas, en los pasillos, las escaleras, el ascensor. Ese que tengo la suerte de ver desde mi despacho. Ese nuestro ascensor, de tan sigilosas puertas. Incluso se da en esa u otra cafetería en la que en más ocasiones de las que uno nunca imaginó, se cruza con un grupo de alumnos; que le devuelven cuanto menos, una sonrisa.
Pero visto el contexto y parte de las motivaciones que son razón de nuestro ser, toca hablar de algo que también nos une. La tecnología. La tecnología acompaña, indefectiblemente, al ser humano desde que este se propuso avanzar, crecer, desarrollarse y no sólo tener una vida más cómoda si no una vida más justa. Ese al menos es un propósito que no deberíamos despistar, aunque no es tarea fácil.
Acostumbrados al tono constante del telediario y los reportajes, las columnas y noticias en los periódicos –donde ahora parece que la sección de sucesos es en realidad un todo–, y dada la ingente cantidad de datos que llegan a nuestros sentidos casi permanentemente, resulta difícil aislarse por un momento; pararse, llamar al criterio de uno mismo (que aunque lo olvidemos siempre está dispuesto a atendernos) y preguntarse ¿y lo bueno? ¿es en realidad tan escaso? ¿por qué casi no aparece? ¿es que acaso ya no ocurre?
Nada más lejos de la realidad. No sólo es que siga ocurriendo, sino que, estoy seguro, cada vez lo hace en mayor medida. Cada día son más los jóvenes que “se alistan” voluntarios en las diferentes redes y más interés muestran por los demás. Adquieren compromisos más fuertes y son más capaces de sensibilizarse con quienes viven de otra manera. Son más generosos. Se “dan” un poco más. Cada día pasan cien cosas buenas, por cada una no tan buena que pasa, estoy convenido. Por pequeñas que sean, o quizá menos visibles: ahí están. Que no se vendan en las noticias, es algo que no debería sorprendernos. Pero es a esa esperanza de crecimiento interior del ser humano, y cada uno de sus individuos, a lo que quiero referirme. Quiero apelar a ese buen hacer del día a día, a cada gesto. A la buena voluntad con que contamos como mejor herramienta para crecer a diario.
Sin embargo y, volviendo al asunto de la tecnología, nos ciegan las noticias que alarman, que inquietan, e incluso que asustan. Que si Asimov quizá se equivocaba, que si la inteligencia artificial un día se volverá contra nosotros. Que si “el Big Data” es ese monstruo que rompe nuestra privacidad, nos invade sin remedio y tiene un coste de pérdida de libertad tan sutil como incomparable. Que si en internet hay de todo, muy poco es fiable y más aún es peligroso. Que si la tecnología nos “vuelve tontos”, nos esclaviza y nos hace dependientes. Que si esto, que si lo otro…
¿Y por qué no, también en esto, tratar de buscar las noticias buenas? Están ahí desde un inicio y han venido para seguir creciendo. La rueda fue y es un gran invento, aunque visto como casi todo pretenden enfoquemos, se convierte en un arma; un instrumento mortal. Y si es de piedra, ni hablemos. La tecnología, está detrás de los grandes avances, y no hablo solamente de la aeronáutica, los coches autónomos, los últimos trenes de levitación magnética o el –tan ansiado– 5G. Esa otra por desgracia menos popular cara del Big Data, está por ejemplo detrás de grandes avances en el campo de la medicina, acompañando como herramienta irremplazable a grandes grupos de investigación. De la mano de la oncología, sin ir más lejos. De la predicción y lucha contra enfermedades y de la superación de múltiples barreras. Del cuidado del planeta y optimización de los recursos naturales. Del aumento de la inclusión de los grupos minoritarios, o de facilitar el alcance a la educación a lugares donde, de otra forma, simplemente no hubiera llegado. Y estos son solo algunos ejemplos.
El caso es que tenemos aquí un pequeño, pero tan entusiasmado como significativo grupo, de lo que a buen seguro serán “perfectos embajadores de la tecnología y su función para con la sociedad”. Claros expertos en potencia para contribuir al desarrollo del ser humano usando la tecnología de este modo de la manera más responsable. Sé que poner a trabajar algo tan complejo al servicio de la humanidad supone todo un reto; un compromiso, pero a la par resultará sin duda una de las mejoras muestras de vuestra competencia profesional y humana, y de lo que durante vuestro tiempo aquí hemos pretendido transmitiros.
Estimados alumnos, queridos alumnos. Se abren de nuevo caminos, y detrás de cada uno, nuevas pendientes que recorrer. Opciones para elegir, metas que superar. Y junto a cada etapa, aciertos –y fallos, no nos engañemos–, que sin duda os harán crecer. Cada uno de ellos, también se llama oportunidad.
Es momento de aprender a apreciar el arte. Pero no os preocupéis que éste arte es bien sencillo. Es el arte de lo posible. Redactando este texto, me vino a la memoria esa pequeña historia que alguno aquí recordará, de aquel fabricante de zapatos de principios del siglo pasado, que envía a dos de sus representantes a una región africana para efectuar una prospección de mercado con miras a ampliar el negocio. Después de un largo viaje y al concluir allí su primer día, el primero de ellos informa por telegrama a su jefe con el mensaje: «Completamente inútil. Aquí todo el mundo anda descalzo». El otro, gran luchador y con ánimo triunfante, escribe lo siguiente: «Oportunidad fantástica. Nadie tiene zapatos, todavía». Es fácil identificar al que aprendió a ver, mirando de otra manera. Quien supo así encontrar lo bueno tras una misma situación. Es ése el espíritu que todos los docentes que os hemos acompañado a lo largo de estos años, deseamos ver en vosotros.
Habéis tenido tiempo, y habéis aprendido. Tenéis más herramientas que nunca para buscar, para encontrar y para emprender. Habéis aprendido a pensar, y a pensar de otra manera. Eso tan importante que ahora tanto beneficio genera y a lo que llaman “Think Outside the Box”. Todos y cada uno de nosotros hemos sido persistentes en la responsabilidad de que alimentéis vuestro espíritu crítico; para saber distinguir, para saber seleccionar y para que no compréis lo que mejor os vendan si no es lo mejor para vosotros o lo es para los demás. Tanto los aquí graduados en informática como en ADET, sabéis bien que habéis elegido una de las áreas de conocimiento –mejor dicho, el área de conocimiento– que actualmente más oportunidades brinda. Es algo que sin duda tenéis que aprovechar, sin olvidar de hacer de la humildad vuestra inseparable compañera.
Y es que además de las competencias propias, la formación complementaria que nos hemos esforzado en proporcionaros con materias como la comunicación online, el Block-Chain, o la ciberseguridad; lleváis con vosotros una mochila cargada de lecciones, pinceladas y brochazos de mucho más. De muchísimo más. Sabréis bien, por ejemplo, enunciar vuestro propio código de conducta, y trabajar y comportaros de acuerdo a los principios marcados por vuestra propia ética. Sabréis innovar y sin duda seguiréis, hasta el último día, reincorporándoos ante cada tropiezo del camino.
––Mirando al público––: confío en ellos. Confío en vosotros. En todos y cada uno de vosotros. Confío en que confiéis en vuestras posibilidades, en que no os rendiréis. En que os esforzaréis por ser mejores cada semana, cada día, cada hora y cada minuto. Cada instante. Los mejores profesionales seréis, por lo que ha sido una buena formación; pero seréis las mejores personas, gracias a una buena educación. Incesante labor que, en manos de unos y otros, a buen seguro os acompaña desde el día que nacisteis. Gracias a cada uno de los aquí presentes por la gran parte que os corresponde.
Diecinueve de mayo… a estas alturas, muchos ya habréis querido tomar unas primeras decisiones. ¿El siguiente paso? ¿la siguiente rama del camino? ¿la siguiente meta? unos seguiréis aquí, enriqueciendo vuestra formación. Otros, quizá lo hagáis en otro lado. Otros daréis el salto al mundo laboral y algunos quizá os convirtáis en emprendedores, ¿por qué no? Para ello os acompaña la mayor capacidad de todas: la ilusión. Protegedla como un niño protege su mejor juguete y no dejéis que nadie os la pise, os la cambie o intente arrebatárosla.
Sea como fuere, espero que todos y cada uno de vosotros llevéis siempre encima el “kit de buenos recuerdos”, de esos que se activan cuando menos lo esperamos para sorprendernos y despertarnos una sonrisa. Recuerdos de la que fue vuestra facultad, vuestros profesores, vuestros compañeros y vuestros amigos. Y de esta Universidad Pontificia, la que ya desde hace tiempo es, y para siempre, vuestra casa.
Tranquilos, que ya termino. Aquí va mi último deseo y consejo, que espero toméis con tantas ganas como yo os envío. Sabéis bien que el conocimiento es la mejor arma. Seguid creciendo, nunca de dejéis de alimentarlo; salid al mundo, y no olvidéis, que vuestra mayor responsabilidad es la de convertiros en personas libres.