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Este curso he tenido la suerte de ser escogido como «padrino» nuevamente por los alumnos que finalizan sus estudios en la facultad, toda una muestra de consideración, respeto y agradecimiento que reafirma mi vocación docente.

A continuación el texto que tuve ocasión de escirbir y pronunciar, dirigido a todos ellos, en la ceremonia de fin de grado.

Lección final

Ceremonia de fin de grado 2022

Estimadas autoridades, compañeros, alumnos, familiares. Quisiera en primer lugar agradecer vuestra consideración al elegirme para dedicaros unas palabras en un día como hoy, en que dais un paso tan importante en vuestro camino. ¿Y qué nos contará éste, con lo que le gusta hablar? —os estaréis preguntando—. Solamente quiero transmitiros una idea, prometo no alargarme demasiado. Quisiera hablaros hoy, de un valor fundamental, el valor de la actitud.

Y es que parece que ha vuelto al discurso mediático aquello de la “cultura del esfuerzo”, y creo que es algo que debe de hacernos reflexionar. ¿Es el esfuerzo la garantía del éxito? ¿o es sólo un elemento más? La imagen que tenemos del esfuerzo resulta muchas veces en algo agotador, costoso y en parte desagradable. Hemos acabado asociando, casi de manera natural que, para alcanzar nuestras metas, el elemento clave es un esfuerzo incómodo, que resulta en un camino agotador… y no, no tiene por qué ser así. Es evidente que esforzarse es necesario, que no siempre es agradable y que requiere de un elevado compromiso con uno mismo. Pero ¿es exclusivamente el esfuerzo lo que garantiza la consecución de nuestros objetivos? Quizá esto es una versión demasiado simplificada y llena de matices negativos. ¿Qué os parecería si empezásemos a usar la expresión “cultura de la actitud”, en lugar de “cultura del esfuerzo”? porque la actitud es más, bastante más. También es cuestión de voluntad, sí; pero se trata de algo mucho más grande.

En vuestro paso por la universidad, hemos trabajado juntos principalmente en algo imprescindible para vuestro futuro profesional: la aptitud, con “pe”. Eso son destrezas, competencias, habilidades, y conocimiento técnico en las áreas de vuestro campo de estudio. Algo que a estas alturas habéis demostrado, y que os tiene hoy aquí. Y eso está bien, y es necesario. Pero de poco sirve ser muy apto, ser muy docto en la materia, si esa aptitud demostrada no va de la mano de una actitud, —con “ce”— que le de valor. Esto en muchas ocasiones, resulta aún más complicado. Porque la actitud no es algo académico, es algo que tiene más relación con lo personal; que tiene más que ver con la historia de cada uno, su búsqueda, su aprendizaje, sus propósitos y todo lo que le configura como persona. Tranquilos porque la actitud no es algo inmutable ni nacemos con ella. Qué suerte, ¡podemos evolucionar!. Qué suerte, podemos decidir cómo queremos ser. No es fácil ni automático, desde luego; tiene mil condicionantes. No basta con imaginarlo ¡y ya! Es el fruto de una decisión; toda una declaración de intenciones. Nuestra actitud, nuestra forma de ser, de estar e incluso sentir en el mundo es dinámica. ¿Qué os parece si centramos nuestros esfuerzos en mejorarla, es decir, en mejorarnos? Os diría que, si tenemos que esforzarnos, que sea primero en mejorar nuestra actitud, nuestra forma de ver el mundo y a los demás, y también de vernos y hablarnos. De darnos valor y ser justos con nosotros mismos. No somos meros espectadores del paso del tiempo, no somos sólo partícipes; somos cocreadores responsables de nuestra realidad; y en este proceso, la actitud juega un papel fundamental. Podemos evolucionar. Movernos. No somos árboles. Mejor dicho… ¡qué suerte! ¡no somos árboles! Y menuda responsabilidad…

Ahora vienen las primeras decisiones de la vida adulta “de verdad”. Y qué de preguntas os podréis estar haciendo… ¿otro máster? ¿de qué? ¿qué es lo que más demanda tiene? ¿o mejor busco algo que me guste? Bueno no, un máster quizá no. // ¿Por qué no otro grado? ¿o unas prácticas en empresa? ¿Aquí, en Salamanca? ¿Madrid?… ¡y yo qué sé! ¿Massachussets? // ¿Programación? ¿gestión de proyectos? ¿marketing? ¿Big Data? // ¿Y si me lanzo a la piscina? ¡tengo buenas ideas! ¿y si me arriesgo, y me sale bien? ¿y si emprendo? No debe ser fácil, pero ¿qué lo es? ¡qué locura! ¿sería ahora el mejor momento para una cosa así? ¿o espero a tener experiencia?… // Y cuando os hayáis querido dar cuenta os habréis encontrado con una lista de opciones, llena de pros y contras… que hasta hará que os sintáis abrumados. Pero no os preocupéis, que esa primera decisión no tardará mucho. Y sea cual sea, no estará equivocada. Sea cual sea.

Está claro que es importante empezar, pero es más importante aún no olvidar que podéis cambiar —porque no sois árboles—. Que tenéis la suerte inmensa de moveros en un sector profesional con una altísima demanda. Tenéis juventud, tenéis vitalidad. Tenéis tiempo, y con él, la posibilidad de probar, descartar, volver a probar… y terminar por encontrar vuestro sitio. Casi un tercio de vuestras horas transcurrirán en el ámbito profesional, pensadlo bien; si no estáis dando lo mejor de vosotros mismos allá donde estéis, si no os sentís realizados, quizá no sea vuestro sitio. Continuad la búsqueda hacia el éxito. Tenéis esa opción, no la despreciéis ni tampoco la desperdiciéis.

Vaya, ha aparecido en el discurso esa palabra envenenada… “éxito”. Si preguntásemos aquí, no habría una o dos definiciones. Encontraríamos decenas de ellas y quizá no llegaríamos a ponernos de acuerdo, porque para cada uno el éxito representa una cosa diferente. Si buscamos en el diccionario encontraremos como primera definición “resultado feliz de un negocio o actuación”. Como segunda, “buena aceptación que tiene alguien o algo”. Qué curioso. La primera palabra de la primera definición de éxito es “resultado”. Y la segunda “feliz”… y la tercera tiene que ver con “aceptación”. Quizá por eso no nos pongamos de acuerdo, porque cada uno buscamos la felicidad, los resultados y aceptamos la vida de una manera distinta.

Para algunos el éxito tiene que ver con el dinero (que es sin dudarlo que más nos han vendido). Para otros, incluso, con el poder o un cargo más alto. Otros dirán que es la ausencia de preocupaciones. O la libertad. Otros, que sentirse bien… En definitiva, no hay un estándar. Así que antes de tomar cualquier decisión, os animo a que le deis una vuelta a todo esto. A ver si ahora resulta que después de más de veinte años en el mundo, nos damos cuenta de que no hemos parado un momento a plantearnos cosas tan importantes como qué significan el éxito o la felicidad para nosotros. Creedme que pensar en esto es una inversión de tiempo que os merecerá muchísimo la pena. En la medida de lo posible, llegad a conclusiones, e intentad tener claro lo que esto significa; porque muchas de vuestras decisiones, dependerán de ello. Para mi os confesaré, y simplificando mucho, que la felicidad es, en la mayoría de las ocasiones, una decisión; y que el éxito tiene más que ver con la actitud que casi con cualquier otra cosa. La aptitud con “pe” os abrirá puertas, la actitud con “ce” os hará más grandes. Os hará llegar a ser la mejor versión de vosotros mismos. Tendréis que trabajar en la dos, porque la una sin la otra, no sirven de mucho. Como decía aquel anuncio: “la potencia sin control no sirve de nada”. Pues eso.

Estoy seguro, como digo, que será vuestra actitud la que os haga crecer haya donde vayáis. En lo profesional, sí; pero también como personas. Nunca olvidéis que un profesional es primero una persona, con todo lo que esto significa. Será vuestra actitud quien mejore la forma de ver el mundo, y con ello y como por arte de magia, mejoraréis vuestra realidad. Esta era la principal idea que quería transmitiros, porque al menos a mí, me funciona. No quiero ni pretendo tampoco idealizar vuestro futuro profesional: por mucho que os satisfaga vuestro trabajo, siempre habrá partes que no os gusten, como no hay rosas sin espinas. Intentad que sean las menos posibles. Ya sabéis en qué tenéis que trabajar primero: en vosotros mismos. Haced de la “cultura de la actitud” vuestro nuevo paradigma. Os irá bien.

Echo la vista atrás —con un poquito vale—, y veo que han sido unas pocas pero largas horas de lecciones, unos cuantos encuentros por la facultad, bromas y risas, e incluso alguna que otra bronca en clase. Han sido, en definitiva, momentos compartidos; y lo que me habéis permitido aprender, me ha hecho reafirmarme en lo que soy, me ha ayudado a crecer y a seguir buscando lo mejor de mí mismo. Ha sido un verdadero lujo haber coincidido en esta vida; así que, también por la parte que me toca, gracias. Os deseo lo mejor, de corazón, porque lo merecéis.

Y allá donde dirijáis vuestros pasos, tened siempre presente que la bondad es uno de los rasgos más elevados de la inteligencia, y será siempre la bondad quien mejor hable de vosotros.  Tened también presente que la verdad y el conocimiento siempre os harán más libres. Que el secreto está en el equilibrio y el éxito en lo que vosotros mismos hayáis decidido. Esforzaos en ser críticos, no compréis lo que mejor os vendan, muy probablemente no sea lo que más necesitéis. Y eso sí, sobre todo, no olvidéis jamás que de nada le sirve a uno ganar el mundo entero, si se pierde a sí mismo.

Concluyo ya con tres palabras que en su momento interioricé y me han servido de mucho, esperando que también lo hagan con vosotros: “adelante, siempre adelante”. Enhorabuena.